Porque demuestran la confianza en
la estabilidad que brindan las reglar claras del capitalismo bien entendido,
los rascacielos son bienes durables que requieren inversiones a largo plazo.
Porque son emblemas de la paz, nadie
construye un rascacielos en una zona conflictiva.
Porque evidencian el triunfo del capitalismo
sobre el socialismo y toda otra forma de opresión.
Porque mientras que a las
palabras se las lleva el viento, los rascacielos permanecen allí, como un recordatorio
de los logros de la ciencia y la tecnología aplicada.
Porque modifican la faz de la
tierra, embelleciendo nuestro mundo.
Porque son futuristas y dan testimonio a las nuevas generaciones de la visión sobre
el mundo de quienes los antecedieron.
Por Chicago, y también por Nueva
York. Son un homenaje a la excelencia de la arquitectura. Y porque maximizan el
uso racional del suelo, sin dejar de ser auténticas obras de arte.
Porque forman parte de la
literatura de Ayn Rand.
Porque denotan la supremacía del
hombre en la naturaleza, pero no la de este sobre aquella. Hoy en día son
sustentables, y lejos de perjudicar a su entorno, los rascacielos armonizan con
él y son una verdadera maravilla natural, ya que creo que nada es artificial en
este mundo.
Porque brindan una prueba
tangible de los logros del pensamiento racional del hombre, especialmente
frente a la fuerza retrógrada de la teocracia islamofascista.
Porque me cobijan del sol, por
dentro y por fuera, y me deleitan con su brillo y verticalidad superlativa. Y
por las vistas magníficas que me regalan desde su altura.
Porque denotan la confianza del
hombre en la honestidad del capitalismo, que decide invertir grandes cantidades de dinero en un
bien que no podrá moverse.
Porque son consecuencia del verdadero
progresismo y su consecuente creación de riqueza, a diferencia del farol
chapucero del socialismo ladrón y su mendaz retórica, que sólo crea pobreza.
Porque dan testimonio de la
libertad humana, ya que son construidos por personas libres, que voluntariamente
prestan su trabajo con una finalidad económica. En la construcción de los
rascacielos no participan esclavos ni hay lugar para la inmoralidad del
socialismo, que priva al trabajador del goce del fruto de su labor, en nombre
del “bien común”, jamás pagado por los caudillos socialistas, y siempre por sus
víctimas, es decir, los gobernados.
Porque son una expresión de la
decisión libre del hombre, no de un mandato divino ineludible ni tampoco
provienen de la orden indiscutible de un oscuro socialista o un de un líder
populista, dotado de la misma autoridad moral detentada por el jefe de un
cartel mafioso.
Carlos Esteban Tabasco.
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